Una muerte piadosa

LONDRES – SIGLO XIX – NOVIEMBRE 1887

 

Gabriel después de hablar con Vlad y dar órdenes de que se cumplen de inmediato, la mujer de finos rasgos y pupilas hiperactivas se va a su habitación.

 

La tarde sede el paso a las estrellas que destellan en el firmamento londinense, el parque que se encuentra frente a la mansión Mayfair es lúgubre cuando la noche se apodera de él, solo los guardias hacen rondines de vez en cuando.

 

Gabriel tiene un aire de aburrimiento y estío, se dirige a la ventana mientras las serpientes en su cabeza claman sangre. Descubre a una joven que cruza el parque y sonríe de lado en una rara mueca de burla mientras piensa:

 

-Si me doy prisa la puedo interceptar a media plaza- Agudiza su vista para ver a mejor a la joven que pasea por la penumbra, es una chica de risos dorados – Su sangre debe ser suculenta- Pasa la punta de su lengua por los finos colmillos.

 

Al paso de unos segundos la joven rubia ya está besuqueándose con un guardia, Gabriel mueve la cabeza:

 

-Estos humanos, son tan, tan básicos. Comen, duermen, fornican y mueren.

Solo sirven para una cosa, alimentarme… - De repente queda muda al ver como la chica rubia es una vástago –Vaya así que hay más de nosotros acá-

 

Gabriel abre la ventana de par en par el viento entra de golpe y apaga las velas del candelabro, ve como la chica rubia corre dejando el cuerpo moribundo atrás. El soldado mal herido se arrastra, quiere emitir un grito pero la herida en su garganta no se lo permite. Gabriel hace un sonido con sus labios y su lengua en desaprobación de lo que la cobarde rubia hizo:

 

-Tsk, tsk Eso no se hace, eres una niña estúpida que hará que quedemos al descubierto- De un salto sale por la ventana, la sombra lánguida es la de un fantasma, la prenda blanca y estampados hondea con la brisa, sus largas piernas amortiguan su caída, es como la de un felino; los pies descalzos se mueven con sigilo hasta donde se encuentra el moribundo sujeto que tiene una mano en la garganta tratando inútilmente parar la hemorragia.

 

El hombre extiende la mano libre en señal de ayuda aferrándose a la inmaculada prenda de seda, tira de la bata desatando el nudo que mantiene cerrado el kimono hasta ese momento, la pálida piel de Gabriel queda maliciosamente al descubierto.

 

Gabriel exclama:

 

-Lastima pequeña escoria, casi estas vacío y con babas de otra- Frunce los labios en una risa burlona – Pero para que veas que soy un alma gentil acabare con tu sufrimiento –

 

Coge una pesada roca con ambas manos, ladea la cabeza apreciando el angustiado rostro del infeliz que yace casi muerto, disfruta la agonía de él. Un gesto perverso ilumina el rostro de Gabriel, estrella la roca con fuerza en el cráneo, este hace un sonido seco al fracturarse; los sesos salpican con pedazos de hueso, una y otra vez azota la piedra machacando la cabeza del desafortunado sujeto, la poca sangre rueda en un charco hasta los pies de Gabriel, ella da unos pasos atrás, señal de repulsión por no tocar con su piel la sangre que otra consumió. La embriaguez que le producen esos actos hace que sienta una efímera paz, contempla un instante los restos quebrantados y da la espalda alejándose, vuelve a su casa, entra a su habitación así como salió.

 

Se cambia y arregla, viste de forma muy masculina, parece un elegante caballero, lleva un bastón, sombrero de copa y un monóculo que usa en el ojo derecho, se dispone a salir de caza al distrito de Whitechapel:

 

 

-Muy bien golfas, es hora de que reciban su castigo por una vida de desenfreno – Dice de forma irónica mientras se interna en las calles de Londres.

 

 

By Gabriel

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